domingo, 27 de diciembre de 2009

And all I want for Xmas is you

Sonrió. Miró la nieve a su alrededor, pensando en la blancura que destilaba la Navidad. Blancura que contrastaba con la negrura de su corazón sangrante.

Torció por la esquina de la tienda de artículos de broma y comenzó a correr, hasta llegar al parque. Se recostó contra un árbol, sintiendo el frío suelo. Comenzó a llorar.

Su móvil sonó con una melodía que destilaba esperanza. Lo sacó del bolsillo y lo miró con odio. El aparato no podía sentir...

Decidió leer el mensaje. Nada podría hacerle daño. Le sorprendió ver que era de su hermana. Preguntaba por su ubicación. Le contestó simplemente que llegaría enseguida.

Se quedó mirando al vacío durante un tiempo que nunca pudo determinar. Pero cuando levantó la vista, él estaba allí.
-Perdona, ¿estás bien? Te estaba mirando desde allí...
-Sí, Sí... No te preocupes. Yo sólo...
-Eres la novia de Juan.
-Era- no pudo refrenar las lágrimas de sus ojos.
-Es eso, ¿no? El muy cabrón te ha dejado.- sonrió, incrédulo. Después la miró fijamente, extendiendo los brazos para ayudarla a incorporarse-. ¿Sabes? No debería alegrarme, pero... ¿Tienes que hacer algo en Nochevieja?
-No-sonrió ante la franqueza del muchacho.
-¿Qué te parece si quedamos aquí a las una y vamos a una fiesta? Así podré conocerte...
-A las una perfecto.
-Genial. Estaba deseando conocerte.
-¿En serio?
-¿Tu que crees?
Se acercó a ella y la besó levemente en los labios.
-Me llamo Fran. Y será mejor que te vayas, tu hermana estará preocupada... Nos vemos.
-Nos vemos-dijo dándose la vuelta, y caminando hacia su casa. Cuando llevaba diez metros andados, se dio la vuelta-. Me llamo Silvia.
-Lo sé.
Sonrió y se dio la vuelta de nuevo, feliz por haber recibido su regalo de Navidad.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Sam y Keyra

Sam Reynolds se miró al espejo. Atractivo, guapo, moreno, sonrisa perfecta, ojos seductores y sin embargo una mirada infinitamente triste.

Keyra Smith miró por un instante su reflejo en el cristal del coche. Las gafas de sol oscuras, el pelo largo castaño desordenado por el viento, la boca mascando chicle, daban a su imagen el aspecto de dura que hacía que todos los chicos se giraran para mirarla.

Sam Reynolds era un chico tímido, abstraído, a quien la atracción que las chicas parecían sentir hacia él nada más le provocaban sonrojos. Todo sobresalientes, excelente en deportes, visitas casi diarias a la biblioteca y fines de semana encerrando en casa leyendo las aventuras de Sherlock, Crusoe, d’Artagnan o cualquier héroe literario que se le pusiera delante.

Keyra Smith era la líder de su grupo, siempre extrovertida, provocadora, seductora. Sonreía a los chicos que bajaban las gafas de sol al verla pasar. Raspaba el suficiente, pero su encanto personal le sobraba como para ganar un notable con un par de camisetas estrechas. Siempre había alguien dispuesto a ayudarla. Cada fin de semana, visitaba religiosamente la Fresh Coke, la discoteca de moda, donde bailaba hasta el éxtasis, junto a todos los chicos que la pretendían.

Sam Reynolds solo salía lo justo de su casa. Keyra Smith casi no la pisaba. El universo entero se encogió cuando ambos adolescentes se encontraron.

Sam ojeaba el nuevo libro que había comprado, una edición de bolsillo de Orgullo y Prejuicio. Keyra tarareaba la canción que sonaba a todo volumen en su iPod Touch, con los ojos cerrados.

Dos coches chocaron, una anciana se dislocó la cadera, un niño perdió su globo y el gato de la vecina del cuarto murió. Pero no importaba nada, porque Sam Reynolds y Keyra Smith acababan de mirarse a los ojos.


El mundo entero desapareció en ese instante, y tan solo existía un cruce de miradas, la de los ojos azules de él con los castaños de ella. Ambos, parados en plena acera, se cuestionaban los principios que regían su existencia.