lunes, 17 de junio de 2013

Señor Penumbra, de mayor quiero ser como usted

Ayer terminé un libro que tenía muchas ganas de coger, pero que mi autocontrol (que no siempre se comporta pero estos exámenes ha decidido ser decente) no me había permitido leer antes: se trata de El señor Penumbra y su librería 24 horas abierta. He de admitir que lo cogí con una curiosidad reticente: no tenía muy claro de que iba el libro, ni si me iba a gustar, ni siquiera de que género era. Pero tras terminarlo ayer, he de reconocer que es magistral. Llevo un día entero luchando conmigo misma por no cogerlo de nuevo por la punta y volverlo a leer (tengo demasiado en lista de espera), pero temo que la lucha será inútil. Es un libro fresco, nuevo, con un argumento que no pienso revelar (me temo que se perdería todo el misterio que rodea el libro, ¿no creéis?), pero que sin duda merece la pena. Y merece la pena porque el autor (miembro fundador del equipo de Twitter) conoce a la perfección en entresijo tecnológico de nuestros días y lo hila de manera maravillosa.

Me he enamorado de El señor Penumbra y su librería 24 horas abierta. No hay otra manera de describirlo. Me enamorado de su utilización de los servicios e infraestructuras de Google (literalmente, el protagonista se mete en el edificio de Google para resolver el misterio), de los métodos de representación de datos, de la creación de webs, de los prototipos de lectores electrónicos, del amor a los libros, de libros quemados, libros salvados, de los bestsellers que resuelven misterios, de los secretos de la inmortalidad, de derechos de autor, de pirateos de libros, de fuentes para Mac y de personajes tan reales que esperarías encontrartelos a la vuelta de la esquina.

Un libro para leer y disfrutar, pero sobre todo un libro que, al fusionar lo nuevo y lo antiguo y hacerlo funcionar tan maravillosamente bien, se convierte en un libro para recordar.

(También publicado en cafedeletras.jimdo.com)

lunes, 15 de abril de 2013

Vultus fugit

Se llamaba Carmen y tenía fuego en los ojos. La adoré durante meses y la amé una noche. No volví a verla. Ni siquiera cuando salió de la cama. Ya no era ella. La inalcanzable, la que nunca había tenido. Después de esa noche se volvió un rostro común, desaparecieron sus ardientes ojos, se desvaneció su adorable cuerpo.

Le dije adiós a Carmen en un orgasmo atronador que la condenó, al mismo tiempo, al olvido y a la historia.

viernes, 15 de marzo de 2013

Microrrelato

La vida le había dado muchas vueltas. Más de las necesarias. Más que demasiadas. Excesivas incluso para dos vidas. Pero las asumió todas. No era fácil ser un calcetín enganchado a la lavadora.

lunes, 11 de febrero de 2013

Dorilda de Campotravieso, una vida.

Era una niña peculiar, para qué negarlo. Tenía ese nombre, vivía en ese sitio, se peinaba así el pelo y llevaba esos vestidos. Todos la miraban de lejos, sonriendo  preguntándose que clase de padres dejarían a su hija salir así de casa. Pero Dorilda de Campotravieso no les hacía caso. Se creía un hada, un ser que nunca crecería y que viviría feliz en el campo para siempre.

Pero creció, creció y se mudó a la ciudad, donde estudió y se convirtió en la dama más bonita de la sociedad, pero también la más seria. Cuando por fin volvió a su casita de campo, donde sus padres la esperaban, todos la miraron asombrados. Todos los hombres quisieron cortejar a Dorilda de Campotravieso, antaño una niña peculiar y ahora una mujer espectacular.

Pero ella hizo caso omiso, como de costumbre, y no se casó con nadie. Se quedó viviendo en casa de sus padres, incluso cuando hubieron muerto. Y poco a poco volvió a esos vestidos y esos peinados, y recuperó la sonrisa que le provocaba el creerse un hada y ser feliz en el campo. La que antaño fuera una mujer espectacular se convirtió en una solterona peculiar.

Dorilda de Campotravieso murió un hermoso día de primavera, y sus exiguos ingresos no permitieron a los vecinos más que ponerle una simple lápida con su nombre. Días después, sin embargo, apareció un epitafio de un material que nadie supo identificar y del que jamás se supo nada: 

Adiós, Dorilda,
la más hermosa de todas las hadas,
siempre te llevaré en mi corazón. 
A.