viernes, 2 de octubre de 2009

Hoy le he visto... por última vez.

Le prometí que volvería. Y aquí estoy. Es curioso, siempre pensé que Anabel le caía mal. No pensé que terminaría casado con ella. Tengo ganas de llorar. Llevo veinte años cultivando un amor que se torna ahora imposible. Juega feliz con sus hijos. El mayor se parece a él. ¡Está mirando a su mujer! Pero no la mira con amor, no como me miró a mí aquel día de mayo. Le susurra al oído un te quiero. Frío, desapasionado. No como aquel te quiero dolido, amargo, pero tan extremadamente dulce, ese te quiero con sabor a despedida, despedida forzada por el mismo amor. Si él me hubiera pedido que me quedara, lo hubiera hecho sin dudar, sin pensar en mi familia, en mis hermanas.

Se aleja, y floto hacia él, oculta en la espesura. Como ha cambiado. Está tan mayor... Más responsable. El acné ha desaparecido de su rostro, y lo sustituyen finas, e invisibles al ojo humano, arrugas. Pero tiene la misma sonrisa, la misma mirada. Le deseo como aquella vez hace veinte años. Pero como ha cambiado. Y yo... Me miro las manos, tensas y juveniles, como llevan siéndolo todo un siglo. Nunca pensamos en esa diferencia, Martín. Decidimos obviar el tamaño, el tema de las alas. Pero no pensamos que la vida de un hada es eterna...

Una pelota se dirige hacia donde estoy. ¿Casualidad o providencia? Martín se acerca a mí, riendo por la travesura de su hija pequeña. Se inclina hacia la pelota, antes de llegar, así que no me ve hasta que se levanta con la pelota en la mano. Se me quedó mirando, sorprendido y desconcertado. Tiene los mismos ojos...
-Rocío...-murmura.
Su hija corre hacia nosotros y yo me escondo.
-Papá, ¿vamos?
-Sí, cariño. ¿Sabes, Rocío? En el bosque hay hadas.
-¿Si?
-Y se reunen en el claro que hay en el oeste , a media noche-capto el mensaje. Quiere verme.

En el claro, a media noche. Aún me sorprende que haya puesto a su hija Rocío. Como yo.
-¡Rocío!
-Martín.
Se acerca a mi, corriendo. Intenta, cogerme por la cintura, pero yo me escabullo. Como siempre.
-Rocío... Cuanto tiempo... Yo...
-¿Se tomaron a bien que no hubiera hada?-le dije con rencor.
-Recordaron que lo había dicho borracho-repuso-.Rocío... Háblame.
--¿Qué tal con tu mujer?- pregunté, destilando enfado. Las hadas no solemos enfadarnos.
-Rocío.. Tu no estabas, y Anabel...
-Te curó las penas.
-Rocío..
-Haz cuenta de que no me has visto, Martín. Ten por seguro que no volverás a ver.

Me alejo de él, estirando con dignidad mis 50 cm de estatura. Me voy al Quinto Pino, de vuelta con mi madre. No volveré aquí. Hoy le he visto... Por última vez.

2 comentarios: